-I-
Hay territorios en la vida que no gozan del privilegio de la centralidad.
Zonas extremas, distantes, limítrofes con lo Otro, casi extranjeras.
Aún, pero apenas propias.
Áreas de identidad incierta, enrarecidas por cualquier vecindad.
La atracción de lo ajeno, de lo distinto, es allí intensa.
Lo contamina todo esta llamada.
Débiles pertenencias, fidelidad escasa, vagos arraigos nómadas.
Tierra de nadie y de todos.
Lugar de encuentros permanentes, de fricciones que electrizan el aire.
Combates, cópulas: fértiles impurezas.
Traiciones y pactos. Promiscuidad.
Vida de alta tensión.
Desde las zonas fronterizas no se perciben las fronteras.
-II-
Hay gentes radicalmente fronterizas.
Habiten donde habiten, su paisaje interior se abre siempre sobre un horizonte foráneo.
Viven en un perpetuo vaivén que ningún sedentarismo ocasional mitiga y, además de la propia, hablan
algunas lenguas extranjeras.
Se trata, generalmente, de aventureros frustrados, de exploradores mas o menos inquietos que, sin renegar
de sus orígenes, los olvidan a veces.
No debe confundírseles con los conquistadores. Ni con los colonos. Es obvio que ni llevan banderas ni
acarrean arados. Raramente prosperan o son enaltecidos.
Todo lo más, acampan en la vida hasta que comienza a hacérseles familiar el entorno. O hasta que llegan
otros y se instalan, y el paisaje comienza a poblarse y a delimitarse.
Entonces parten, hacia adentro o hacia afuera, hacia un lugar sin nombres conocidos.
Carecen por completo de amor a las costumbres.
-III-
Hay una cultura fronteriza también, un quehacer intelectual y artístico que se produce en la periferia de
las ciencias y de las artes, en los aledaños de cada dominio del saber y de la creación.
Una cultura centrífuga, aspirante a la marginalidad, aunque no a la marginación, que es a veces su
consecuencia indeseable, y a la exploración de los límites, de los fecundos confines.
Sus obras llevan siempre el estigma del mestizaje, de esa ambigua identidad que les confiere un origen a menudo bastardo. Nada más ajeno a esta cultura que cualquier concepto de pureza, y lo ignora todo de la Esencia.
Es, además, apátrida y escéptica y ecléctica
De su desprecio por los cánones le viene el ser proclive a la Insignificancia y a la desmesura.
Como, por otra parte, no pretende servir a ningún pasado, glorioso o Infame o humilde es contraria a la ley de la herencia, ni piensa contribuir a la edificación del futuro, sus obras son casi tan efímeras como la misma vida.
Ello no obsta para que en sus enclaves, en sus regiones imprecisas, ausentes de los mapas, irrumpan
vocingleras las vanguardias, levanten sus tinglados los doctores académicos y acaben erigiéndose museos.
No hay por qué lamentarse demasiado. Surgen, aquí y allá, nuevas fronteras culturales. Incluso en lo que
fueron antaño metrópolis del arte y de la ciencia, abandonadas hace tiempo, olvidadas acaso o mal
comprendidas por los actuales mandarines, pueden abrirse parajes inusitados, remotos horizontes extranjeros.
Ocurre también que alguien descubre lindes transitables entre dominios en apariencia distantes, zonas de encuentro entre dos campos que se ignoraban mutuamente.
Así que, a la deriva, a impulsos del azar o del rigor, discurre permanentemente una cultura fronteriza, allí donde no llegan los ecos del Poder.
-IV-
Hay -lo ha habido siempre- un teatro fronterizo.
Íntimamente ceñido al fluir de la historia, la Historia,
sin embargo, lo ha ignorado a menudo, quizá por su
adhesión insobornable al presente, por su vivir de
espaldas a la posteridad. También por producirse fuera
de los tinglados inequívocos, de los recintos
consagrados, de los compartimentos netamente serviles
a sus rótulos, de las designaciones firmemente
definidas por el consenso colectivo o privativo.
Teatro ignorante a veces de su nombre, desdeñoso
incluso de nombre alguno.
Quehacer humano que se
muestra en las parcelas más ambiguas del arte; de las
artes y de los oficios. Y en las fronteras mismas del arte
y de la vida.
Oficio multiforme, riesgo inútil, juego comprometido
con el hombre.
Es un teatro que provoca inesperadas conjunciones o
delata la estupidez de viejos cismas, pero también
destruye los conjuntos armónicos, desarticula
venerables síntesis y hace, de una tan sola de sus
partes, el recurso total de sus maquinaciones. De ahí
que con frecuencia resulte irreconocible, ente híbrido,
monstruo fugaz e inofensivo, producto residual que
fluye tenazmente por cauces laterales. Aunque a veces
acceda a Servir una Causa, aunque provisionalmente
asuma los colores de una u otra bandera, su vocación
profunda no es la Idea o la Nación, sino el espacio
relativo en que nacen las preguntas, la zona indefinida
que nadie reivindica como propia. Una de sus metas
más precisas -cuando se las plantea- seria suscitar la
emergencia de pequeñas patrias nómadas, de efímeros
países habitables donde la acción y el pensamiento
hubieran de inventarse cada día.
Pero no es, en modo alguno, un teatro ajeno a las
luchas presentes. Las hace suyas todas, y varias del
pasado, y algunas del futuro. Sólo que, en las
fronteras, la estrategia y las armas tienen que ser
distintas.