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A buen capellán, mejor sacristán


La frase proviene de un cuento de Timoneda en su libro Sobremesa y alivio de caminantes. La historia se repite en algún que otro cuento que he citado en otras ocasiones.

Estaba un capellán comiendo un pollo asado cuando un caminante le rogó que le diera parte y se la pagaría. El capellán se negó y comió todo el pollo. Al terminar el caminante le dijo que ambos había comido, el cura con el sabor y él con el olor.

Al oir aquello el capellán, pidió cobrar por la parte del olor, a lo que se negó el caminante.

Pidieron pues el auxilio de un sacristán que dictaminó que el caminante hiciera sonar sus monedas y con ese sonido pagaría el olor recibido.

Tras ello exclamó el huesped: 'A buen capellán, mejor sacristán'

Se suele emplear para llamar la atención a los que no cumplen bien con las reglas de su oficio.