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Baroja, Pío






Baroja, Pío

Nació en San Sebastián el 28 de Diciembre de 1872. Estudió medicina en Madrid y Valencia y llegó a trabajar como médico rural pero pronto abandonó la labor para trasladarse a Madrid.

Su primera novela fue La casa de Aizgorri (1900). Antes habái escrito dos libros de relatos. Esta novela junto con El mayorazgo de Labraz (1903) y Zalacaín el aventurero (1909) forman la trilogía La tierra vasca.

Quizás sus novelas más elogiadas son La busca (1904), Mala hierba (1904) y Aurora roja (1905) que forman la trilogía La lucha por la vida.

Falleció en Madrid el 30 de Octubre de 1956.

Fue ateo declarado y mantuvo un talante crítico. Es considerado como uno de los principales miembros de la llamada generación del 98 (Con Unamuno, Azorín, Valle-Inclán)

En 1997 Circulo de Lectores comenzó la publicación de su obras completas, que terminó unos años después.

Un enlace sobre una página web dedicada a Pío Baroja es el siguiente: www.gipuzkoa.net/kultura/km/castella/litera/gidac/baroja/sarrerac.htm

El siguiente texto de Pío Baroja, titulado Autorretrato fue publicado en 1918 y lo he obtenido de Internet:

«Me llamo Pío Baroja y Nessi, he nacido el 28 de diciembre de 1872, en San Sebastián, soy médico y he ejercido en Cestona (Guipúzcoa) una corta temporada. Yo, como muchos escritores, me he definido a mí mismo, probablemente con amore. Es muy difícil, imposible, mirarse a sí mismo fríamente y aun en el caso de notarse defectos no encontrar una legitimación para ellos.

Yo he dicho que soy un vasco lombardo, un hombre pirenaico con un injerto alpino. Como temperamento individual me he pintado a mí mismo dionisíaco, turbulento, antitradicionalista, entusiasta de la acción y del porvenir. Me he llamado también cariñosamente pajarraco del individualismo, anarquista y romántico, y he dicho que en mi juventud era bruto y visionario.

Los demás me han definido a su modo, no tan amablemente como yo. Es natural. Soy un mico erótico, según un crítico del Diario de Barcelona; un grosero buey vasco, según un periodista cubano, un ateo, un borracho, un plagiario y un jumento, según un periódico carlista. De estas flores han caído bastantes en mi jardín.

Pompeyo Gener dijo que yo era un ogro finés injerto en godo degenerado. Luego explicó que no había escrito ogro finés sino ugrofinés. Me es igual.

Yo creo que soy un escritor incompleto, quizá no de gran importancia, pero bastante original. Algunos no han creído lo mismo y me han señalado al buen tuntún autores a quienes he imitado. Mis escritores favoritos han sido Dickens, Poe, Balzac, Stendhal, Dostoievski y Turguenieff.

De los filósofos los que más me atraen son Schopenhauer y Nietzsche. Como escritor no he tenido yo grandes éxitos en el gran público ni hecho mucho ruido, no he trabajado tampoco nunca el artículo de mis libros y he dejado que avancen si pueden ellos solos.

Si no he tenido grandes éxitos de venta, he tenido, en cambio, consideración entre los literatos y se han ocupado de mí escritores como Azorín, Ortega y Gasset, Gómez de Baquero, Xenius, y han escrito folletos estudiando mi obra Sanchiz, Mas y Pi, Monner Sans y, en francés, PessuxRichard y Luis Thomas.

También se han traducido mis libros bastante y hay doce o catorce obras mías vertidas a varios idiomas.

Hecho este resumen de vanidad individual y paternal, voy a hablar de un punto que no he tocado hasta ahora y que para un novelista tiene importancia: me refiero al concepto y a la técnica de la novela.(...)

No es cosa de definir la novela; cualquier definición que inventara uno, después de calentarse la cabeza, sería incompleta, arbitraria y no vendría completamente justa. Que hay una necesidad para el hombre actual de leerla, no cabe duda. Para unos es como un abrigo necesario para preservarse de las inclemencias de la verdadera vida, para otros es una puerta abierta al mundo de lo irreal, para otros es un calmante. Se lea por una causa o por otra, es lo cierto que la novela para el hombre moderno forma un segmento importantísimo de la vida y a veces el más agradable.

Algunos suponen que la novela tendrá en el porvenir una vida corta. No lo creo. No se ve en lontananza ninguna forma literaria que pueda sustituirla. La novela se acortará, se alargará, se hará filosófica, sentimental, puramente episódica; no desaparecerá ya jamás. Es un saco donde cabe todo. Claro que hay una clase de novela que pasa y la sustituye otra, pero el género no desaparece, no puede desaparecer.

El interés y la acción

Creer que hay reglas para producir el interés del lector es una candidez. Es como suponer que puede haber reglas para que una persona sea simpática. Puede haber reglas para lo negativo, por ejemplo para no ser impertinente o descortés en sociedad; para lo positivo, para atraer, para cautivar, no las hay.

Los preceptistas nos dirán que el interés procede de la unidad del plan, de la perfección y gradación de la fábula y del arreglo de las partes. Todo esto no es más que hablar. Hay libros de acción bien compuesta y bien desarrollada y que no son interesantes; hay otros, en cambio, que no tienen acción apenas y son interesantísimos. Yo he leído muchas veces El rojo y el negro, de Stendhal; Pickwick, de Dickens, y los Recuerdos de la casa de los muertos, de Dostoievski, que no tienen una acción seguida y, en cambio, muchas otras novelas que tienen unidad de acción no las he podido concluir.

Esta tendencia mía de no apreciar gran cosa la composición, me ha hecho descuidarla un tanto en mis libros. Muchos novelistas, Galdós entre ellos, por lo que él me ha dicho, piensan un plan y luego lo proyectan sobre un lugar, una ciudad, un paisaje, un campo. Este procedimiento me parece de novelista dramático. Yo no procedo así. A mí, en general, es un tipo o un lugar el que me sugiere la obra. Veo un personaje extraño que me sorprende, un pueblo o una casa y siento el deseo de hablar de ellos. Yo escribo mis libros sin plan; si hiciera un plan no llegaría al fin. Cuando he intentado hacer un drama no he podido seguirlo hasta el desenlace. Yo necesito escribir entreteniéndome en el detalle, como el que va por el camino distraído, mirando este árbol, aquel arroyo y sin pensar demasiado adónde va. Para mí, en general, la tesis stendhaliana de que la originalidad y el interés está en el detalle me parece exacta.


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